La historia de Pascuala Bravo: una aproximación al machismo estructural en el Ecuador
- Reconstruyendo el pasado
- 24 ago 2020
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 8 ene 2022

1.- INTRODUCCIÓN:
Considero que los seres humanos carecemos de maldad tácitamente, sino más bien somos el conjunto de dos sinergias, que ponen en evidencia una dualidad presente en todo el cosmos, la cual al fundirse llega a formar matices, que desde mi perspectiva son la base de la vida misma.
En antaño, a través del constructo que llamamos religión, la humanidad ha tratado de dilucidar sobre esta realidad y ha imputado nociones acerca de lo que es el bien y el mal; en algunos casos, estas funcionaron como instrumentos para controlar a la población y cimentar ciertas posturas que reafirmaban conceptos de superioridad. Por otro lado, vinieron a ejemplificar reacciones químicas que ocurren a nivel mental y que influyen en nuestra conducta.
En este sentido, las culturas alrededor del mundo se han valido de alegorías para representar dicha realidad: por ejemplo, el Cristianismo lo define como Dios y Lucífer, el Islam se refiere a Alá e Iblís, en el taoísmo se lo ha interpretado como el Ying y el Yang, en la cosmovisión inca se habla de Viracocha y Supay, y así, cada sociedad ha ido elaborando paradigmas utilizando sus propios mitos con miras a simbolizar algo que en muchos niveles es intangible.
El último feminicidio que ocurrió en Cuenca hace pocos días y el cual ha conmocionado a todo el Ecuador, puso al descubierto la mentalidad de esta nación, que medularmente está conformada por la misoginia; el hecho de que esta no es una situación aislada, deja entrever el modus essendi de los ecuatorianos, quienes manejamos aún en las capas con más conciencia, cierto nivel de machismo de manera inconsciente.
Esta forma de ser, hunde sus raíces en el paradigma impuesto en época colonial, ya que este proceso histórico trajo la implantación de una ideología, que estaba alimentada por muchas vertientes pero en la cual “la noción aristotélica de la dicotomía separando al hombre de la mujer” era su principal afluente, lo que influyó para que lo femenino se vincule a lo desperfecto, lo siniestro, la penumbra; en conclusión, con todo aquello que representa esa esfera carente de luz.[1]
2.- PASCUALA BRAVO, UNA INDÍGENA VÍCTIMA DEL SISTEMA PATRIARCAL DEL SIGLO XVIII:
Hace poco tiempo atrás, descubrí un documento fechado hacia casi 300 años, que corresponde a un litigio entre una mujer indígena y un criollo,[2] el cual por sus características es necesario compartirlo, con el objetivo de que no quede en el olvido y facilitar la visualización de cómo fueron los tiempos pasados, llevando a una ulterior e inevitable reflexión, sobre si aquellas arcaicas épocas han variado respecto de la actual y si aún persisten ciertas actitudes a determinados conglomerados.
El juicio aconteció en 1752 y fue interpuesto por la sirvienta de las monjas concepcionistas cuencanas, la india ladina[3] Pascuala Bravo, en contra del quiteño Pedro de Vera Pizarro por haberle despojado de todas sus pertenencias. El pleito empezó por que la demandante, accedió a salir del cenobio para laborar en casa del capitalino, quien le había prometido muchos favores a cambio de sus servicios y aunque no se especificó qué tipo de beneficios, entre líneas se dio a entender que algunos calzaban en el ámbito de la intimidad, ya que la natural comentó “una pobre mujer no sólo se expone al peligro de perder su honra por la fragilidad que la carne le incita sino por adquirir alguna cosa en lo futuro”.[4]
Según la versión de Pascuala fue mantenida en condición de esclava y ninguna de las promesas se hizo realidad. Además, atestiguó que acompañó a Pedro en sus enfermedades y gastó mucho dinero en beneficio de él, ya que le compró: 4 arrobas de algodón, una pajuela de oro de 2 castellanos, 2 toneles, una cajeta de plata, una franja de Milán de 4 varas que costó 11 pesos, ropa blanca como sábanas, virretes y otras menudencias; también pagó por los servicios del cura de Déleg y canceló 5 pesos que él adeudaba a una doncella.[5]
Cansada de tantas vejaciones, Pascuala salió de la casa del quiteño y se trasladó a vivir con Ignacia Tello, a quien le confesó textualmente “que en el tiempo de 4 años no se había alargado a una corta demostración de modo que cubra mi cuerpo”. Su nueva patrona le hizo caer en cuenta de que por parte de Pedro “sólo se habían experimentado voces y no obras porque el fin de ellos es aprovecharse de la mujer y por último desnudarle” ; por lo tanto, le aconsejó acudir al negocio de Vera para hurtarle ciertos objetos a manera de resarcimiento, a lo cual la indígena accedió. No obstante, el robo se descubrió y Vera despojó a Pascuala de varias de sus pertenencias al punto que la dejó “desnuda de su decencia”.
En diferentes partes del proceso se hace palpable el profundo rencor que Ignacia le prodigó a su antiguo patrón, como cuando afirmó que es una “persona que se tiene por obligaciones por no venir bien las obras con la hidalguía tan cacareada, pues esto no lo hubiera ejecutado un indio, ni un negro, cuanto más un español”. Ese evidente resquemor lleva a elucubrar en torno a la posible existencia de un sentimiento de afecto por parte de Pascuala, que con seguridad el criollo alimentó, pero por los atropellos sufridos terminó por permutar. Al final de su declaración, la natural suplicó ser remunerada de alguna manera por el tiempo y el dinero que empleó, ya que comentó al compensar mi deuda y servicio pido justicia y en lo necesario”.[6]
Por otro lado, Pedro de Vera Pizarro testificó que la india fue contratada para atenderle por un accidente que sufrió y que durante el tiempo que laboró, muchos objetos desaparecieron y aseguró que los mismos se vendieron en el Convento de Monjas de la Limpia Concepción y en el pueblo de Déleg. Además, señaló “hecho el balance de esa caudal… me faltan más de 600 pesos” y que la natural “ha confesado a Don Juan Cherrez que sólo me hurtó 30 pesos en plata.”[7]
Respecto a las cosas que Pascuala aseguró que invirtió durante el tiempo que estuvo en casa del criollo afirmó: “el algodón ese es mío y le dí el dinero para que lo comprara para que lo hiciera hilar en el pueblo de Déleg por la facilidad de hallarse de doctrinero mi tío cura. Los 5 pesos que demanda de unas varas de bayeta de encargo he pagado a ella mismo en 3 varas de cambray de 33 varas de punta media. La ropa blanca sólo consistió en “un par de sábanas viejas para que en el camino las vendiere y una capa de paño de Castilla que le dije que guardara mientras yo volvía de Piura”. En relación a la falta de pago por lo servicios proporcionados alegó “a sido caro poner costo el tiempo que he estado a su cuidado y no mal pagado pues ha tenido comida y vestido y en caso de que se le pague su servicio fuera de lo comido y vestido será lo irregular que se debe dar a una india y siendo esta la verdad.”[8]
Para finalizar acotó que cierto día Pascuala fue “a la tienda de mercancía que la tengo en la calle que llaman del Comercio” y le suplicó “salir de la dicha tienda” pero ella hizo caso omiso de la petición, por lo que debió quedarse “hasta que muy tarde” y viendo que se oponía a desalojar el establecimiento “me fue preciso cogerme a la cama dejándola sentada en una silla”. Según el testimonial este episodio generó habladurías malintencionadas, las cuales Pascuala ratificó en su declaración, a lo que el quiteño manifestó “han pasado un robo que debía ser castigado sin que le valiera la soltura con que dijo que había tenido conmigo amistad ilícita, caso que lo inscribo para otro tribunal: y en este estado caso negado y no confesado que fuera cierto lo que dice la dicha Pascuala, un delito no califica otro delito aunque se me ha notificado un auto interlocutorio definitivo con fuerza y sentencia en grave perjurio mío del que apelo ante el rey mío señor”.
Al finalizar el litigio queda claro que las versiones de ambos implicados son contradictorias en algunos puntos; sin embargo, lo cierto es que al final Pascuala confesó que los robos “se han hecho por su mano” y el caso sólo se cerró cuando el Protector de Naturales en nombre de la india dijo que “desiste y se aparta de la demanda expresada y quiere que los mencionados vestidos los tome y los lleve como suyos propios el dicho Don Pedro de Vera”; respecto a la vestimenta que el capitalino le quitó, se sentenció que “se le entregara la ropa que estaba embargada”.

3.-REFLEXIONES FINALES:
Después de analizar el proceso judicial que tuvo como actores a Pascuala Bravo y Francisco de Vera Pizarro, es concluyente que el mismo carece de congruencia en muchos aspectos. Aunque el pleito se solucionó y da la impresión de que ambos sujetos se beneficiaron con el veredicto, al someter a examen riguroso la demanda, sobresale el hecho de que la india quedó como mentirosa respecto a su testimonio de amistad ilícita con el quiteño; además, sus quejas de ser tratada como esclava no fueron consideradas en lo absoluto, situación sorprendente, ya que un alegato de tal magnitud debió atenderse con toda seriedad y prontitud, lo que hace relucir que el trabajo del Protector de Naturales fue totalmente inadecuado, ya que su única preocupación caviló en que se le devolviera la vestimenta de la cual se le había despojado a su defendida.
Pero en este punto es imprescindible remitirnos al contexto de este juicio, Pedro de Vera Pizarro, hombre con orígenes españoles, de forma evidente es producto de su época y la mentalidad que se fraguó, está aliterada de nociones que consideraban a la mujer como todo lo malo. Además, que ella fuese indígena era un doble estigma, ya que todo lo que no era blanco, viril y apegado a los dictámenes del eurocentrismo, venía a simbolizar el mal, la herejía, etc.
Este hecho permite evidenciar que el bien y el mal son en cierta medida, el producto de circunstancias históricas, pero con el pasar de los años y gracias a los avances en el campo del quehacer investigativo y filosófico, han ido apareciendo niveles de conciencia más elevados. Por otro lado, el devenir individual de cada sujeto, es un factor clave en la conformación de esa “esencia”, ya que inevitablemente el entorno nos forja el “alma” y puede conducirnos a ser bienhechores o extremadamente inescrupulosos.
He traído a relucir este caso en particular, ya que es un arquetipo perfecto de las condiciones de vida en el siglo XVIII, centuria en la que el papel de la mujer permaneció relegado, su existencia transcurrió en medio de muchas injusticas y las circunstancias de los pobladores estuvieron correlacionadas directamente con su etnicidad; por ejemplo, las declaraciones eran tomadas con mayor seriedad en función del color de la piel, al punto de que la filiación racial tuvo el poder de ser un estigma y anular la condición de ser humano de alguien. Esta realidad con los diversos procesos históricos sobre todo los ocurridos después de las gestas independentistas han ocasionado transformaciones catárticas en el pensamiento y consecuentemente generaron percepciones mucho más humanistas; sin embargo, en pleno siglo XXI, en el país continúan existiendo focos de misoginia y discriminación racial, demostrándose que la sociedad ecuatoriana aún carece de una plena madurez de conciencia y que ciertos modelos coloniales se siguen replicando.
Sin duda, en cada uno de nosotros habita el bien y el mal, pero a la final somos los senderos que elegimos, los cuales inevitablemente están compuestos de luz y oscuridad, que son los diversos matices que forman parte de la vida. Retomando el reciente femicidio que se produjo en la capital azuaya, debo resaltar que desconozco por completo la psiquis del personaje que cometió este asesinato; pero es obvio que sus paradigmas, estaban inyectados de toda esa carga de machismo, que históricamente ha caracterizado a nuestra nación. Además, que otro tipo de problemas mentales, carencias y complejos cargará el asesino, lo que demuestra la incidencia que pueden ocasionar a nivel social, las perturbaciones de tipo psicológico.
Finalmente, es importante hacer un mea culpa para ir concienciando acerca de nuestros pensamientos y dogmas, ya que de una u otra manera somos parte de esta sociedad patriarcal; la cual, solo por el mero hecho de estar compuesta de micro machismos, anudan de forma inconsciente y sistemática el entorno y siguen fomentando este tipo de episodios tan lamentables.
NOTAS:
[1] Michael J. Horswell, La Descolonización del Sodomita en los Andes Coloniales (Quito; Abya Yala, 2013), 94. [2] Alguien nacido en el continente americano pero con una raigambre europea. [3] Término que alude a una persona que fue hispanizada, es decir que a pesar de su etnia, su lengua es el castellano, su vestimenta no se corresponde con la de su origen, etc. [4] Archivo Histórico Nacional de Cuenca/ Fondo Juicios, N°98340 (1752). [5] Ibíd. [6] Ibíd. [7] Ibíd. [8] Ibíd.
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