Gaspar de Sangurima: el gran escultor cuencano
- Reconstruyendo el pasado
- 14 ago 2020
- 3 Min. de lectura

Gaspar de Sangurima, es considerado unos de los personajes más emblemáticos en la historiografía del arte ecuatoriano; en los últimos años, su vida ha sido objeto de indagaciones por numerosos investigadores, lo que desembocó en que sea catalogado como el escultor morlaco, más sobresaliente de época virreinal.
Su padre fue Gregorio Sangurima y su madre Francisca López;[1] nació en la segunda mitad del siglo XVIII en el Tandacátug,[2] barrio emplazado al noroccidente de Cuenca. Fue conocido con el seudónimo de “Lluqui” y aunque no existe constancia respecto a en qué año se desposó, si es bien sabido que su esposa fue Petrona Faicán. Ambos cónyuges residieron en este sector hasta 1820, cuando el maestro decidió enajenar su casa por 300 pesos, con el objetivo de adquirir otra en el barrio de Santo Domingo; la propiedad que vendieron estaba localizada, en las inmediaciones de la vía a Naranjal, ya que en el acuerdo de venta se indicó, que la misma limitaba con un “(…) callejón de entrada que viene del camino grande que se transita a Guayaquil”.[3] Además, contaba con cercos, árboles frutales y riego corriente que provenía de los molinos del sector conocido como Cullca, ubicado en la zona septentrional de esta ciudad.

Después de analizar el testamento de Sangurima que se efectuó el 22 de octubre de 1835, se puede colegir su filiación a la congregación reformada por Teresa de Ávila, ya que solicitó ser amortajado con el hábito de la Virgen del Carmen y que su alma fuera encomendada a san José.[4] Finalmente, instó a ser sepultado en la iglesia de Santo Domingo, templo vinculado a la barriada donde moró entre 1820 y 1835.[5]
Durante la época que estuvo en activo sus trabajos artísticos fueron muy codiciados, prueba de esta aseveración es que Simón Bolívar le encomendó dirigir la primera Escuela de Artes y Oficios que se fundó en Cuenca.[6] Hay que hacer hincapié, en que el maestro se caracterizó por ser polifacético, ya que trabajó con maestría de carpintero, ebanista, platero, relojero, arquitecto, pintor y escultor, siendo este último campo en el que más destacó, como los atestiguan sus bellas tallas de Cristo en la cruz, que han pasado a la posteridad.

A pesar de ser indígena, su ingenio le permitió labrarse una notable fortuna y una posición acomodada en la sociedad, aún en un entorno donde la estratificación social estaba determinada por el factor étnico. Este particular puede corroborarse en su testamento, en el cual afirmó poseer dos propiedades: una en los bajíos de Cullca y otra en el sector de Tres Cruces, en este sentido, también se pudo concluir que su labor fue muy solicitada, ya que en este mismo documento declaró que el Tesoro Público le debía 510 pesos con 6 reales, por la hechura de corabaseras, clarines y cornetas,[7] otro antecedente que reafirma su pericia en diversos oficios.

[1] Archivo Nacional Histórico de Cuenca, L.16 f.513 (1835). [2] Simón Valdivieso, “Tras las huellas de Gaspar Sangurima”, El Observador, núm. 5 (1999), 20. [3] Archivo Nacional Histórico de Cuenca, L.13 f.64v (1820). [4] Archivo Nacional Histórico de Cuenca, L.16 f.513 (1835). [5] Archivo Nacional Histórico de Cuenca, L.16 f.513 (1835). [6]Juan Cordero Íñiguez, “Desarrollo cultural del Azuay”, Revista del Centro de Estudios Históricos y Geográficos del Azuay, núm. 46 (1981), 81. [7] Archivo Nacional Histórico de Cuenca, L.16 f.513 (1835).
Comments